martes, 18 de noviembre de 2008

El club de los perfectos.

Un cuento que no dejaría de contar a mis alumnos de cualquier edad es
"El club de los perfectos" de Graciela Montes.

Es super divertido y un excelente recurso para reflexionar sobre el tema de la discriminación.

Quise buscarlo en la web para compartirlo con ustedes y lo encontré narrado!

El Club de los Perfectos. Ilustraciones de Eleonora Arroyo. Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1989. Colección El Pajarito Remendado.


Así que haganse un mate o un rico té y disfruten del relato en:


Espero que les guste!

Saludos

Natalia Gil

martes, 14 de octubre de 2008

ABUELA CONTAME UN CUENTO. Por Mempo Giardinelli*








El chiquito tenía un incendio en la mirada. Había en sus ojos una rabia madura que delataba una sombra atroz en su breve historia.

Me acerqué a él contraviniendo nuestra consigna: no dejarnos vencer por nuestra propia sensibilidad.

Desde que empezamos el “Programa de Abuelas Cuentacuentos”*, insisto en que nuestra función es la de simples proveedores de algo que allí falta, y coyunturales, además. Somos gente que está supliendo lo que el Estado, hoy, no hace o no puede hacer para todos.

–¿Y vos quién sos? –le pregunté serio.–Pilín, nomás –y viéndole los pelos se entendía el nombre: duros y parados, tiesos de tanta mugre.


Estábamos en un comedor, en Resistencia, uno de los tantos asentamientos periféricos en los que vive (es un decir, porque vivir no es el verbo apropiado) el 60%de los casi 400.000 habitantes de Resistencia.Allí, todas las tardes, 200 chicos del barrio se acercan a merendar.


–¿Ya tomaste la leche, vos?–Sí.–Entonces andá nomás.Pero él no se movió. Miraba todo, alrededor, con ojos de adulto. Los miraba como los yacarés: de lejos y con fijeza, inescrutables.

Me miró desde abajo y me habló como un grande:

–Estoy esperando a la Abuela Luisa.

–¿Y por quéla Abuela Luisa y no otra?

–Me gusta, nomás.Pilín espera a la Abuela Luisa todos los viernes, me ha dicho Olga, una de las mamás cocineras. A ella le pregunté si es porque no tiene abuela en su casa.

No, no tiene. Apenas tiene los restos de una familia: padre desocupado y drogadicto con varias entradas en la policía; madre sirvienta que labura todo el día en una casa del centro y vuelve, molida, de noche; cinco hermanos, dos discapacitados.

Hay días en que todo el alimento de Pilín es esa copa de leche. Viene con un tarrito y se lleva un par de tazas para los hermanos. Todos se hacinan en una pieza de chapas y maderas, cerca de los basurales de la ciudad.

Nosotros sabemos que aquí los papás no existen. En el comedor, al menos. No vienen, pero miran, desde las casas, desde las esquinas. O espían mientras juegan al fútbol en la canchita. Son las madres las que trabajan rumiando contra esos hombres embrutecidos por la desocupación y el resentimiento que las vigilan desde lejos.


En ese momento llega el remise que trae a un par de abuelas. Una de ellas es Luisa, especialista en leer cuentos de Graciela Cabal.

–¿Y por qué te gustala Abuela Luisa, Pilín?El chico calla y se rasca las nalgas con la mano bajo el pantaloncito raído.

No sonríe, yo creo que ni sabe lo que es sonreír.

–Porque me deja pensando –dice.

–¿Y qué pensás, si ella no te trae nada?

Los dos sabemos que esa nada no es tal. El programa provee lecturas, ese otro alimento maravilloso. Pero él no sabría expresarlo.

–No sé –dice Pilín–. Cosas.Y entonces me mira como diciendo sí me da, me lee cuentos, siempre uno distinto y después me quedo toda la semana pensando.

Pero no lo dice.Simplemente se dirige al grupo que ya rodea a la Abuela Luisa y se sienta a sus pies, sobre la tierra dura, justo cuando ella empieza a leer.


Cuando después de un rato nos vamos en la camioneta, dando tumbos entre los pozos que dejó la última lluvia. Y cuando cada abuela es devuelta a la puerta de su casa, y me dirijo a la mía, me quedo pensando.

Yo también.

En muchas cosas.


*El Programa de la Fundación Mempo Giardinelli incluye hoy a más de 200 voluntarias lectoras en 25 ciudades de la Argentina que recorren casi mil escuelas, comedores, asilos y orfanatos asistiendo a los mismos niños cada semana a través de varios años.

Ha sido transferido a varias ciudades de otros países como Inglaterra, México, Colombia, Bogotá, Perú, Estados Unidos, Guatemala, Venezuela y Ecuador.


*El autor de este texto es escritor y es Presidente de la Fundación que lleva su nombre.
Fundación Mempo GiardinelliAño de fundación 1999 Resistencia, Chaco, Argentina

Contacto: Natalia Porta López

Nombre del autor: Carlos Bosch

viernes, 5 de septiembre de 2008

Zanahoria, huevo o café?

El oro para ser purificado debe pasar por el fuego, así como el ser humano necesita pruebas para pulir su carácter. Pero lo más importante es: ¿Cómo reaccionamos frente a las pruebas?.

Una hija se quejaba a su padre acerca de su vida y cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.

Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra.

La hija esperó impacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su padre.

A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un recipiente. Sacó los huevos y los colocó en otro. Coló el café y lo puso en un tercer recipiente.

Mirando a su hija le dijo: "Querida, ¿qué ves?". "Zanahorias, huevos y café", fue su respuesta.

La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Luego de sacarle la cáscara, observó el huevo duro. Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.

Humildemente la hija preguntó: "¿Qué significa esto, padre?".

Él le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: ¡agua hirviendo!, pero habían reaccionado en forma diferente.

La zanahoria llegó al agua siendo fuerte y dura. Pero después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto débil, fácil de deshacer.

El huevo había llegado al agua siendo frágil. Su cáscara fina protegía su interior líquido. Pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido.

Los granos de café sin embargo eran únicos. Después de estar en agua hirviendo, habían cambiado al agua.

"¿Cual eres tú?", le preguntó a su hija. "Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿cómo respondes?. ¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?"

Y hoy te lo pregunto yo a ti... ¿Cómo eres tú, mi querido(a) amigo (a)?.

¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza?.

¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable. Poseías un espíritu fluido, pero después de una muerte, una separación, un divorcio o un despido te has vuelto duro y rígido?. Por fuera te ves igual, pero... ¿eres amargado(a) y áspero(a), con un espíritu y un corazón endurecido?.

¿O eres como un grano de café?. El café cambia al agua hirviente, el elemento que le causa dolor. ¡Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor!. Si eres como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor... ¡tú reaccionas mejor! y haces que las cosas a tu alrededor mejoren.

¿Cómo manejas la adversidad?. ¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?. Piénsalo...

El Elefante encadenado

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba eran los animales. Me llamaba poderosamente la atención, el elefante. Después de su actuación, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en elsuelo.
Sin embargo, la estaca era un minúsculo pedazo de madera, apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que ese animal, capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría con facilidad arrancar la estaca y huir.
¿Qué lo mantiene? ¿Porqué no huye?
Cuando era chico, pregunte a los grandes. Algunos de ellos me dijeron que el elefante no escapaba porque estaba amaestrado.
Hice entonces, la pregunta obvia...
- Si está amaestrado, ¿porqué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Hace algunos años descubrí que alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta.
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño. En aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo.
La estaca, era ciertamente, muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a intentar, y también el otro, y el que seguía...
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Este elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque CREE QUE NO PUEDE.
El tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor, es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente si podía. Jamás.... jamás intentó poner a prueba su fuerza otra vez.

Todos somos un poco como ese elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos creyendo que un montón de cosas "no podemos" simplemente porque alguna vez, antes, cuando éramos chiquitos, alguna vez, probamos y no pudimos. Hicimos entonces, lo del elefante: grabamos en nuestro recuerdo: No puedo... No puedo y nunca podré. Hemos crecido portando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y nunca más lo volvimos a intentar. (...) Tu única manera de saber es intentar de nuevo poniendo en el intento todo tu corazón ...

Déme otro

Déme otro
(Del libro Nadie te creería.)
Autor: Luis Pescetti

Al finalizar el horario de clases llega una madre a buscar a su hijo. La intercepta la maestra, que trae al niño de una mano.
—Señora, hoy Fernando se portó fatal.
—¿¡Otra vez!?
—Pero fatal, fatal… no hace caso, contesta, se burla de los compañeros…
—Pues, entonces, déme otro.
—¿¡Cómo que "otro"!? ¿Otro niño?
—Sí, porque tampoco sé qué hacer.
—Pero, es que no puede ser.
—Con su padre ya le dijimos (mirando al niño), pero si él no quiere hacer caso… Qué, ¿no hay más niños?
—Es que no se trata de eso, la escuela está llena de niños…
—Pues cámbiemelo y listo.
—(Dubitativa). No, pero…
—Casi mejor pruebo con una niña, estoy pensando.
—Es que se me desordena todo, señora, luego vendrá la madre de la niña…
—Pero yo llegué primero.
—Sí, ya sé, pero luego se quejan, no se crea. Y además (señala con la cabeza al niño) es pasarle el problema a otra familia.
—No, porque así aprende, para la próxima lo va a pensar.
—¿Y si no lo quiere nadie?
—¿¡Pero qué dice!? ¿Cómo no lo van a querer si es un niño precioso?
—Precioso sí que es, pero se porta…
—Ah, ¿y qué pretende? ¿Que me lo lleve yo?
—No, si no digo eso.
—Hay que hacer algo, maestra, hay que poner límites, si no van de peor en peor.
—Bueno, ¿y cuál quiere?
—Una niña, ¿no le digo? (mira hacia el patio). Aquélla, la que está saltando.
—¡Elena! ¡Recoge tus cosas que te vas con la señora que será tu madre!
—¡Uf! (la niña con evidente fastidio), ¡estoy jugando!
—¡Ala! ¡Vamos! Sin protestar, mira qué primera impresión más fea le vas a dar a la señora.
La niña, resoplando contrariada por la interrupción del juego, va al salón.
—¿No será peor que éste, no? (la madre, preocupada).
—¡Qué va! Es un ángel, lo que ocurre es que estaba jugando; los niños son así.
Llega la niña con su mochila.
—¿Vamos a casa, Elenita?
—¿Y hay tele?
—(La maestra y la madre sueltan una risa). ¡Claro que hay tele! Y un perro muy hermoso, que a Fernando le gustaba mucho, ¿verdad, Fernando?
—… (el niño, con la mirada baja, asiente).
—¡Qué lindo! ¡Nunca tuve un perro porque mis papás no me dejaban!
—Pues vamos a casa, que ya tienes uno. Y tú, Fernando, pórtate bien con tu nueva familia y nos vienes a visitar cuando quieras, ¿sí?
El niño asintió otra vez, sin levantar la mirada. La madre saludó amablemente a la maestra. Ésta se despidió de Elena con un beso y dio vuelta hacia el patio, con Fernando de la mano.